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jueves, 16 de junio de 2016

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI: R. P. ALTAMIRA (SERMÓN A)



Queridos hijos: El jueves pasado fue Corpus Christi. Felicitaciones pues ustedes, los feligreses, pues vinieron muy numerosos. En estas nuestras Patrias, hechas católicas por la Gran España, y en todo el mundo moderno, poco va quedando ya de nuestro Catolicismo. 

Y así, en nuestras tierras (entre tantas cosas que han hecho) han ido quitando los feriados religiosos. Lo cual sin duda ayuda a la Masonería y a las demás fuerzas anticatólicas para quitar el Catolicismo de nuestros países, y ayuda a la “descristianización” (cada vez más) de nuestros pueblos y de nuestras almas. 

En nuestros países, la excusa para quitar las fiestas religiosas con sus feriados (miren si nuestros pueblos no vivían antes detrás de ellas) ha sido “la excusa económica”, el turismo, el mayor descanso trasladando todo para el lunes siguiente, etc. 

Colombia no ha sido la excepción, y han tenido su “Ley Emiliani” o Ley 51 del 6 de diciembre de 1983. Creo que Colombia tal vez ha sido uno de los países más católicos del mundo. Poco va quedando ya, desde la implantación de la “Religión del Concilio Vaticano II”, desde la implantación de esa falsificación que han hecho de nuestro Catolicismo. Y todas las fiestas religiosas y sus feriados han sido quitados también aquí, salvo Navidad y la Inmaculada Concepción –si no me equivoco-. 

 Pero volviendo a Corpus Christi, ya que los jueves de Corpus ya no existen como feriados (o festivos), en la liturgia se pueden pasar para el domingo siguiente para hacer “la Solemnidad”. Hoy domingo festejamos a Corpus. Y nosotros queríamos en honor del Santísimo Sacramento del Altar hablarles de “los efectos de Sagrada Comunión”, de los efectos en nuestras almas. Veamos algunos de ellos.

 La Sagrada Comunión nos une íntimamente con Dios

El primer efecto, por supuesto, es que la Sagrada Comunión nos une íntimamente con Dios, y -en cierto sentido- nos transforma en Él. Es el efecto más inmediato, puesto que en la Comunión recibimos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, y Jesucristo es Dios. Esta unión con Cristo es tan íntima, que no existe nada mayor aquí en la tierra. 

Sólo será superada por la unión de la Visión Beatífica en el Cielo. Cristo así se expresa en el Evangelio: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y Yo en él… el que me come vivirá por mí (Jn 6,56-57)”. No hay ninguna idea humana que nos pueda dar el cabal significado de esta compenetración entre Cristo y el que comulga, es decir, entre Dios y el que recibe la Comunión. No es tan solo un contacto físico, lo cual sería superficial. Tampoco un contacto moral, como el de dos personas ausentes que se tienen mutuo amor. Es un contacto de transfusión o inhesión que escapa a las analogías humanas. Cristo dice: el que comulga “está en mí y Yo en él”. 

 Es tan profunda esta unión que se puede hablar de “transformación del alma en Cristo”, no en el sentido panteísta (que está condenado por la Iglesia Católica), sino transformación en sentido místico y espiritual. Está transformación está narrada por San Agustín con aquellas misteriosas palabras que pareció oír de Nuestro Señor (en su libro “Confesiones”): 

“Manjar soy de grandes: Crece y me comerás. Mas no me mudarás tú en ti, como al manjar de tu cuerpo, sino que tú te mudarás en mí” (libro 7, c10, n16). 

Santo Tomás de Aquino se expresa en el mismo sentido: “El que toma alimentos corporales los transforma en él… mas el alimento eucarístico *la Sagrada Comunión+, en vez de transformarse en aquél que lo toma, transforma a éste en él. 

Se sigue de aquí que el efecto propio de este Sacramento es una tal transformación del hombre en Cristo, que de ahí que se pueda decir con el Apóstol (Gálatas 2,20): Vivo yo, o más bien no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (In 4 Sent. Dist 12 q2 a1). 

Este contacto con Dios Nuestro Señor Jesucristo es tan íntimo y tiene una tal eficacia santificadora que bastaría una sola Comunión ardientemente recibida para remontarnos a la cumbre de la santidad. Que sirvan entonces estas palabras para que cada uno de nosotros tratemos de recibir con el máximo fervor nuestras Comuniones, de modo tal que podamos ser llevados a la santidad, a la unión máxima con Dios que se pueda dar aquí en la tierra.

La Sagrada Comunión borra pecados veniales, y en determinadas circunstancias incluso pecados mortales 

Un segundo efecto: La Sagrada Comunión borra pecados veniales. Sobre todo porque excita y aumenta en nosotros los actos de la virtud de la Caridad (del amor a Dios y el amor al prójimo), y la Caridad destruye los pecados veniales como el calor destruye el frío (los pecados veniales son enfriamientos de la Caridad). También borra los pecados veniales porque repara las fuerzas del alma perdidas por los pecados veniales. Además, la Sagrada Comunión, en determinadas circunstancias, puede borrar incluso pecados mortales. Esto ocurriría, por ejemplo, si una persona no sabía que estaba en pecado mortal, u olvidó un pecado mortal, y en ese estado, de buena fe, se acerca a recibir la Comunión. En este caso, la Comunión, que de suyo es un sacramento de “vivos” (es decir: hay que estar previamente en estado de gracia para recibirla), y que de suyo es un sacramento que produce “la gracia segunda” (es decir: un aumento de gracia santificante), produciría “la gracia primera” (es decir: el estado de gracia en el alma) y actuaría accidentalmente como un sacramento de “muertos” (es decir: devolviendo la gracia santificante a quien no la tenía). Esto es importante saberlo, porque mucha gente se preocupa y a veces dice: ¿Padre, qué pasa si me olvidé algún pecado mortal?

La Sagrada Comunión remite indirectamente la pena temporal debida por los pecados

El tercer efecto que queríamos desarrollar: ¿Por qué decimos en el Padrenuestro “deudas”? Respuesta del Catecismo de San Pío X: Porque al cometer los pecados contraemos verdaderas deudas con Dios, y las deudas que contraemos por nuestros pecados han ser indefectiblemente pagadas, en esta o en la otra vida. Las Sagrada Comunión sirve para pagar por nuestras deudas. La Sagrada Comunión puede perdonar indirectamente la pena “temporal” que debemos por nuestros pecados, y así disminuir nuestro Purgatorio. En sí, la Sagrada Comunión se ordena a alimentar y robustecer el alma con la gracia cibativa. Pero indirectamente produce también la remisión de la pena o deuda que debemos por nuestros pecados, en cuanto que excita los actos de Caridad, y estos actos tienen un gran valor satisfactorio por nuestros pecados. La cantidad de pena remitida (la cantidad de Purgatorio “ahorrado”) estará en proporción con el grado de fervor y devoción que tengamos al recibir la Comunión. El que la Comunión quite a veces sólo parte de la pena y no toda ella, no sucede por falta de poder en Cristo o en la Sagrada Comunión, sino por falta de devoción en nosotros los hombres al momento de comulgar. Una sola Comunión bien hecha, debería bastar para librarnos totalmente de la pena que debemos pagar por nuestros pecados y evitarnos el Purgatorio entero sin necesidad de ganar ninguna indulgencia plenaria. Por lo tanto, más que el número de Misas oídas o de Comuniones hechas, debemos atender al fervor y devoción con que recibimos la Sagrada Hostia. ¿Muchas Misas y muchas Comuniones? Respondemos: Por supuesto que sí; pero además con mucha devoción. 

Terminamos con un extracto de una oración de Santo Tomás de Aquino, una oración por la Comunión, oración que solemos hacer en los Retiros de San Ignacio de Loyola luego de las Misas: “Gracias te doy, Señor, Padre Santo, Dios eterno y omnipotente, porque a mí, pecador e indigno siervo tuyo, sin mérito alguno de mi parte, sino sólo por tu gran misericordia, te has dignado saciar con el precioso Cuerpo y Sangre de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Te ruego que esta Santa Comunión no sea para mí ocasión de castigo, sino saludable intercesión para obtener el perdón; que sea para mí armadura de Fe y escudo de buena voluntad; muerte de todos mis vicios; exterminio de todos mis apetitos carnales; aumento de Caridad y paciencia, de humildad y obediencia, y de todas las virtudes; que sea firme defensa contra las insidias de todos mis enemigos, visibles e invisibles; que sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu; firme unión contigo, único y verdadero Dios; y feliz consumación de mis días…”. La oración sigue, pero la dejamos allí. Solamente concluimos pidiendo a María Santísima se digne concedernos las gracias necesarias para que nuestras Comuniones, comenzando por esta Santa Misa de hoy, y de aquí en adelante, sean siempre más y más fervorosas, hasta que –quiera Dios- podamos unirnos y alcanzar la unión absoluta, la unión con la Santísima Trinidad, después de esta vida, en la Visión Beatífica del Cielo. 

AVE MARÍA PURÍSIMA.