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viernes, 15 de mayo de 2015

MEDITACIONES: De la Ascensión de Cristo nuestro Señor a los cielos



Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
De la Ascensión de Cristo nuestro Señor a los cielos

   Punto I.- Considera las vivas ansias que tuvo siempre Cristo de subir a Su Padre, como la piedra a su centro, y cómo se detuvo en el mundo por glorificarle en él, y convertir a los hombres y llevarlos a su servicio; y como crecían los deseos con la dilación, se llegó el tiempo cuando los tenía mayores, y subió al cielo a gozar de la gloria que tenía merecida; de aquí has de aprender a dilatar tus comodidades y dejar a tiempo tus consuelos, aunque sean espirituales, si conviene para el servicio de Dios y bien de los prójimos, y a esperar en la bondad del Altísimo, que pues te dio los deseos, te los cumplirá cuando fuere servido y convenga para tu bien, como cumplió los de Cristo. Anímate con su ejemplo a amar a Dios y a desear su gloria. Pon toda tu mente en lo eterno, confiando en su divina piedad que muy presto cumplirá tus deseos.

   Punto II.- Considera cómo apareció a los apóstoles y a todos sus discípulos, y los mandó ir al Monte de los Olivos y allí les volvió a aparecer, y se despidió de ellos con palabras tiernísimas, empezando por Su Santísima Madre y luego a los demás discípulos, y a las santas mujeres que le habían acompañado y servido, todos los cuales como dice San Buenaventura se postraron a sus pies, y besaron sus llagas con sumo respeto y devoción, derramando muchas lágrimas de pura devoción; y estando así postrados, dice San Lucas, levantó las manos y les dio su bendición, como la suelen dar los padres a los hijos antes de partir de este mundo. Entra en el Corazón del Salvador y contempla cómo batallaban en él el amor de Su Padre con el de sus discípulos, este le detenía en la tierra y aquel le movía al cielo. Finalmente dio un corte, que fue quedarse y partirse. Quedarse con ellos sacramentado y partirse a Su Padre para prevenirles el cielo, conforme a lo cual dice San Gregorio, que en aquella hora comió con ellos y los comulgó como en la cena, para declararles que se quedaba en su compañía. Atiende al amor que los discípulos mostraron a su Maestro y a la ternura y sentimiento de sus corazones, las ansias de acompañarle, y cómo Cristo los consolaba, prometiéndoles el Espíritu Santo dentro de breves días. Levanta el corazón al Señor y pídele que no te deje huérfano, sino que te de su bendición como a discípulo suyo; gime, clama, ora, pide y suplica a tu Padre que te consuele en la partida como a hijo.

   Punto III.- Considera cómo luego se oyeron en aquel monte coros de ángeles, cantando dulcemente, y se sintió una fragancia celestial, y Cristo con toda aquella santa compañía de los santos padres subió triunfante poco a poco, más resplandeciente que el sol, a vista de la Santísima Virgen y de toda la Iglesia, cuyos corazones se bañarían de gozo, viendo a su Redentor gloriosísimo subir con tal triunfo al cielo, abrasados de deseos de acompañarle en aquel camino; sus loores se juntarían con los cánticos de los ángeles, y sus júbilos con los de los santos gloriosos que le acompañaban, y en medio del gozo se animarían a trabajar en el servicio de Dios y aumento de su Iglesia, viendo el premio que tiene preparado a los que le sirven fielmente. Ven, alma mía, a este monte y gózate de la gloria de tu Salvador con sus discípulos y dale mil loores con ellos. Junta tus voces con las suyas y tus plegarias con sus peticiones, contempla el galardón que da Dios a los que dignamente le sirven, y anímate a servirle para que merezcas acompañarle en este triunfo.

      Punto IV.- Considera cómo encubrió una nube al Redentor cuando subió al cielo, y cómo vinieron dos ángeles vestidos de blanco, y les dijeron cómo aquel Señor que subía al cielo volvería con la misma majestad a juzgar al mundo. Aprende cómo gusta al Señor que no olvidemos sus juicios y el rigor de su justicia en las mayores fiestas y regocijos, sino que siempre le tengamos presente, para que la misericordia y el premio nos causen amor, y la justicia y el castigo temor que nos refrene en los vicios. Y no dicen cuándo vendrá, porque no hay día seguro, ni quiere que le tengamos. Coteja su vida con su venida y mira lo que te importa para tu bien y salvación hacer ahora, para cuando venga después a juzgarte como juez y recto justiciero.