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domingo, 29 de marzo de 2015

La Fé del Centurión y la mujer: San Agustín


1. Cuando se leyó el Evangelio, escuchamos la alabanza de nuestra fe que se manifiesta en la humildad. Cuando Jesús pro
metió que iría a la casa del centurión para sanar a su hijo, respondió aquél: No soy digno de que entres bajo mi techo, mas di una sola palabra y quedará sano. Declarándose indigno, se hizo digno; digno de que Cristo entrase no en las paredes de su casa, sino en su corazón. Pero no lo hubiese dicho con tanta fe y humildad si no llevase ya en el corazón a aquel que temía entrase en su casa1. En efecto, no sería gran dicha el que el Señor Jesús entrase al interior de su casa si no se hallase en su corazón. El, maestro de humildad con la palabra y con el ejemplo, se sentó a la mesa en la casa de cierto fariseo soberbio, de nombre Simón. Y con estar recostado en su casa, no había en su corazón lugar en que el Hijo del hombre reclinara su cabeza.

2. Por esto mismo, el Señor, según se puede desprender de sus palabras, disuadió de ser su discípulo a cierto hombre soberbio que quería seguirle. Señor, le dice, te seguiré a donde quiera que vayas. Y el Señor, viendo lo invisible de su corazón, le dice: las raposas tienen guaridas y las aves del cielo  nidos, pero el hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Lo que quiere decir: Hay en ti dobleces —esto serían las raposas—; existe en ti la soberbia —esto serían las aves del cielo—. Mas el Hijo del hombre, que es sencillo contra la doblez y humilde contra la soberbia, no tiene dónde reclinar su cabeza. El mismo reclinar la cabeza, no su erección, es escuela de humildad. Disuade a aquel que desea seguirle y atrae a quien se negaba a ello. En el mismo lugar dice a otro: Sigúeme. Y él: Te seguiré, Señor, pero permíteme ir antes a dar sepultura a mi padre. Buscó una excusa ciertamente piadosa y, por tanto, se hizo más digno de que tal excusa fuese rechazada y se mantuviese con mayor firmeza la llamada. Cosa piadosa era lo que quería hacer, pero el Maestro le enseñó lo que debía anteponer.

Quería que él fuera predicador de la palabra viva para hacer vivos a quienes habían de vivir. Para cumplir con aquella necesidad quedaban otros. Deja, dijo, que los muertos den sepultura a sus muertos. Cuando los infieles dan sepultura a un cadáver, son muertos sepultando a muertos. El cuerpo de éste perdió el alma; el alma de aquéllos perdió a Dios. Como el alma es la vida del cuerpo, así Dios es la vida del alma. Como expira el cuerpo cuando lo abandona el alma, así expira el alma cuando abandona a Dios. El abandono de Dios es la muerte
del alma; el abandono del alma es la muerte del cuerpo. La muerte del cuerpo es de necesidad; la del alma depende de la voluntad.

3. Estaba, pues, el Señor sentado a la mesa en casa de cierto fariseo soberbio. Estaba en su casa, como dije, pero no en su corazón. No entró, en cambio, a la casa del centurión, pero poseyó su corazón. Zaqueo, sin embargo, recibió al Señor en su casa y en su alma. Es alabada su fe manifestada en la humildad. El dijo: No soy digno de que entres bajo mi techo.Y el Señor: En verdad os digo que no he hallado fe tan grande en Israel; Israel según la carne, pero éste era ya israelita en el espíritu. El Señor había venido al Israel carnal, es decir, a los judíos, a buscar en primer lugar las ovejas allí perdidas, o sea, en el pueblo en el cual y del cual había tomado carne. No he hallado allí fe tan grande, dice el Señor, Podemos nosotros medir la fe de los hombres, pero en cuanto hombres; él que veía el interior, él a quien nadie engañaba, dio testimonio sobre el corazón de aquel hombre al escuchar las palabras de humildad y pronunciar la sentencia de la sanación.

4. ¿Cómo llegó a aquella conclusión? También yo, dice, que soy un hombre bajo autoridad, tengo soldados en mi potestad y digo a éste: «Ve», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace. Tengo potestad sobre quienes están puestos bajo mi mando y tengo otra potestad que está puesta por encima de mí. «Si, pues, yo, dice, hombre bajo potestad, tengo poder para mandar, ¿qué no podrás tú, a quien sirven todas las potestades? Era éste un hombre gentil, pues era un centurión. El pueblo judío tenía ya en aquel tiempo soldados del imperio romano. Allí servía él como soldado, en cuanto era posible a un centurión: sometido a una potestad y teniendo él mismo potestad. Obedecía en cuanto subdito y gobernaba a sus súbditos. El Señor —esto es necesario que lo
entienda perfectamente vuestra caridad—, aunque formaba parte del pueblo judío, anunciaba ya la Iglesia futura en todo el orbe de la tierra, a la que había de enviar a sus apóstoles. Los gentiles no lo vieron y creyeron; los judíos lo vieron y le dieron muerte. Del mismo modo que el Señor no entró con su cuerpo a la casa del centurión, y, sin embargo, ausente en el cuerpo y presente por su majestad, sanó su fe y su casa, de idéntica manera el mismo Señor sólo estuvo corporalmente en el pueblo judío; en los otros pueblos ni nació de una virgen, ni sufrió la pasión, ni caminó, ni soportó las debilidades humanas, ni hizo las maravillas divinas. Ninguna de estas cosas realizó en los restantes pueblos, y, sin embargo, se cumplió lo que respecto a él se había dicho: El pueblo, al que no conocí, ése me sirvió. ¿Cómo, si faltó el conocimiento? Tras haber oído, me obedeció. El pueblo judío lo conoció y lo crucificó; el orbe de la tierra oyó y creyó.

5. Esta como ausencia corporal y presencia de su poder en todos los pueblos, la significó también en aquella mujer que había tocado la orla de su vestido, cuando le dijo preguntando: ¿Quién me ha tocado? Pregunta como si estuviese ausente; en cuanto presente, sana, la muchedumbre te oprime, le dicen los discípulos, y tú preguntas: ¿Quién me ha tocado? Como si caminase en modo tal que no pudiese ser tocado por ninguno, dijo: ¿Quién me ha tocado? Y ellos: la muchedumbre te oprime. Es como si dijera el Señor: «Busco al que toca, no al que oprime» 2. Así es en el tiempo presente su cuerpo, es decir, la Iglesia. La toca la fe de unos pocos y la oprime la turba de
muchos. Como hijos suyos habéis oído ya que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y, si queréis, lo sois vosotros mismos. El Apóstol lo dice en muchos lugares: Por su Cuerpo, que es la Iglesia. También: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. Si, pues, somos su cuerpo, lo que entonces sufría su cuerpo por obra de la muchedumbre, esto mismo padece su Iglesia. Es oprimida por la muchedumbre y es tocada por pocos. La carne la oprime, la fe la toca. Levantad, pues, los ojos, os suplico, vosotros que tenéis con qué ver. Tenéis, en efecto, qué ver. Levantad los ojos de la fe, tocad el extremo de la orla del vestido y os bastará para la salvación. 6. Observad que lo que oísteis en el Evangelio como futuro entonces, ahora 3 es algo presente. Por tanto, yo os digo, o sea, por la celebrada fe del centurión, como extraños en la carne, pero de la familia en el corazón. Por esto, dijo, muchos
vendrán de oriente y de occidente. No todos, sino muchos; pero, eso sí, de oriente y de occidente. Mediante esas dos partes se designa todo el orbe de la tierra. Muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. En cambio, los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores. Los hijos del reino son los judíos. ¿Por qué hijos del reino? Porque recibieron la Ley, a ellos fueron enviados los profetas, en medio de ellos existió el templo y el sacerdocio, que celebraban las figuras de cuanto iba a acaecer. Pero no reconocieron la presencia de las cosas que celebraron en figura. Los hijos del reino irán, dijo, a
las tinieblas exteriores. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. Estamos viendo la reprobación de los judíos; estamos viendo cristianos llamados de oriente y de occidente a cierto banquete celeste, para que se sienten a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob, donde el pan será la justicia y la bebida la sabiduría.

7. Prestad atención, pues, hermanos. Formáis parte de este pueblo, predicho ya entonces y ahora convertido en realidad presente. Sois ciertamente de aquellos que han sido llamados de oriente y de occidente a sentarse a la mesa del reino de los cielos, no en el templo de los ídolos. Sed, pues, cuerpo de Cristo, no opresión para el cuerpo de Cristo. Tenéis la orla del vestido para tocarla y sanar la hemorragia de sangre, es decir, el flujo de los placeres carnales. Tenéis, digo, la orla del vestido que tocar. Considerad que los Apóstoles son el vestido que se adhiere a los costados de Cristo por el tejido de la unidad. Entre estos Apóstoles estaba como orla el menor y último, Pablo,
según él mismo dice: Yo soy el mínimo de los Apóstoles. La parte última y la más baja de un vestido es la orla. La orla se mira con desprecio, pero el tocarla produce salvación. Hasta este momento sufrimos hambre, sed, estamos desnudos y somos azotados. ¿Existe cosa detrás y más despreciable que esto? Tócala si padeces flujo de sangre; de aquel de quien es el vestido saldrá una fuerza que te sanará. Se proponía al tacto una orla cuando ahora se leía: Si alguno llegara a ver a otro que tiene ciencia sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no se sentirá impulsada a comer carne sacrificada a los ídolos su conciencia, puesto que es débil? Y por tu ciencia, hermano, perecerá el débil por quien murió Cristo. ¿Cómo pensáis que puede engañarse a los hombres con simulacros, dando la impresión de que son venerados por los cristianos? «Dios, dicen, conoce mi corazón.» Pero tu hermano no. Si estás débil, evita una enfermedad peor. Si estás fuerte, cuida de la debilidad de tu hermano. Quienes ven esto se sienten impulsados a otras cosas, de forma que no sólo desean comer allí, sino también sacrificar. He aquí, hermano, que por tu ciencia perece el débil. Escucha, hermano; si despreciabas al débil, ¿desprecias también al hermano? Despierta. ¿Qué, si pecas contra el mismo Cristo? Pon atención a lo que bajo ninguna condición puedes
despreciar. De esta forma, pecando contra los hermanos y golpeando su débil conciencia, pecáis contra Cristo. Vayan, pues, quienes desprecian esto y siéntense a la mesa en el templo de los ídolos; ¿no serán gentes que oprimen en vez de tocar? Y, una vez que se hayan sentado en aquella mesa, vengan y llenen la Iglesia4; no recibirán la salvación, pero sí, en cambio, causarán opresión.

8. «Pero temo, dices, ofender a mi superior». Teme ciertamente eso y no ofenderás a Dios. Tú que temes ofender a
alguien superior a ti, mira no sea que haya alguien mayor todavía que ese a quien temes ofender. No ofendas al que te es superior; es cosa justa. Esta es la norma que se te propone. ¿No es evidente que en ningún modo ha de ofenderse a aquel que es mayor que los demás? Considera ahora quiénes son mayores que tú. El primer puesto lo ocupan tu padre y tu madre si son buenos educadores, si te nutren de Cristo 5. Se les ha de escuchar en todo y se ha de obedecer a cada orden suya. Sean en todo servidos si no ordenan nada contra quien es mayor que ellos. «¿Quién es, dices, mayor que quien me ha engendrado? » Quien te ha creado. El hombre engendra, Dios crea. El hombre desconoce cómo engendra, desconoce lo que va a engendrar. Quien antes de que existiera aquel a quien hizo te vio
para hacerte, ciertamente es mayor que tu padre. La patria misma sea mayor que tus mismos padres 6, hasta el punto que no deben ser escuchados cuando ordenan algo contra ella. Y si ésta ordenara algo contra Dios, tampoco debe obedecérsele. Si, pues, quieres ser curada, si tras padecer el flujo de sangre, si tras padecer doce años en esa enfermedad, si tras haber gastado todos tus bienes en médicos sin haber recuperado la salud, quieres ser sanada de una vez, ¡oh mujer, a la que hablo en cuanto figura de la Iglesia!, esto ordena tu padre y aquello ordena tu pueblo. Pero te dice tu Señor: Olvida a tu pueblo y a la casa de tu padre. ¿A cambio de qué bien, de qué fruto, de qué recompensa? Porque el rey, dice, apetece tu hermosura. Apetece lo que hizo, puesto que para hacerte hermosa te amó siendo fea. Por ti, aun infiel y fea, derramó su sangre; te restituyó fiel y hermosa, amando en ti lo que son dones suyos. ¿Qué aportaste a tu esposo? ¿Qué recibiste en dote de tu anterior padre y pueblo? ¿Acaso otra cosa distinta de las lujurias y los andrajos de los pecados? Tiró tus andrajos, rompió tu vestido de piel de cabra; se compadeció de ti para embellecerte; te embelleció para amarte.

9. ¿Qué más, hermanos? Como cristianos habéis oído que quienes pecáis contra los hermanos y golpeáis su débil conciencia pecáis contra Cristo. No despreciéis estas palabras si no queréis ser borrados del libro de la vida. ¡Cuántas veces hemos intentado deciros elegante y delicadamente lo que nuestro dolor, al no permitirnos callar, nos obliga a decir de cualquier manera! Cualesquiera que sean quienes quieran despreciarlas, pecan contra Cristo. Vean lo que hacen. Queremos atraer a nosotros a los paganos que quedan; vosotros sois piedras en el camino, que estorban a quienes quieren venir y les hacen dar la vuelta. Piensan en sus corazones: «¿Por qué hemos de abandonar a los dioses que adoran junto con nosotros los mismos cristianos?» «Lejos de mí, dice el otro, adorar a los dioses de los gentiles». Lo sé, lo comprendo, te creo. ¿Qué haces de la conciencia del débil si la hieres? ¿Qué haces del precio si desprecias lo que ha sido comprado? Perecerá, dice, el débil por tu ciencia que dices tener, por la que sabes que un ídolo no es nada, si mientras piensas en Dios con tu mente te sientas a la mesa en un templo pagano. Por esta ciencia perece el débil. Y para que no desprecies al débil, añadió: por quien murió Cristo. Si quieres despreciar al débil, considera el precio pagado por él y compara todo el mundo con la muerte de Cristo. Para que no pienses que pecas sólo contra el débil, lo juzgues un pecado leve y lo consideres como sin importancia, añadió todavía: Pecáis contra Cristo. Hay hombres que suelen decir: «Peco contra un hombre; ¿peco acaso contra Dios?» Niega que Cristo es Dios. ¿Te atreves a negar que Cristo es Dios? ¿O acaso aprendiste otra cosa mientras estabas sentado en el templo pagano? No admite esta forma de pensar la doctrina de Cristo. Te pregunto dónde has aprendido que Cristo no es Dios. Eso suelen decirlo los paganos. ¿Ves lo que hacen las malas mesas? ¿Ves cómo las conversaciones malas corrompen las buenas costumbres? Allí no puedes hablar del Evangelio y escuchas a los que hablan de los ídolos. Pierdes allí el creer que Cristo es Dios, y lo que allí bebes, en la iglesia lo vomitas. Tal vez aquí osas hablar, tal vez perdido en la masa te atreves a murmurar: «¿No fue acaso Cristo un hombre? ¿No fue crucificado? » Esto aprendiste de los paganos; perdiste la salvación, no tocaste la orla. Toca la orla también en este asunto, recibe la salvación. Tócala como te enseñamos que debes hacerlo, según lo que está escrito: Quien viere a un hermano sentado a la mesa en un templo pagano. Tócala también respecto a la divinidad de Cristo. Con referencia a los judíos, decía la misma orla: Suyos son los patriarcas y de ellos es Cristo
según la carne, quien es Dios bendito sobre todas las cosas por los siglos. Mira contra qué Dios verdadero pecas cuando te sientas a la mesa de dioses falsos.

10. «No es, dirás, un dios, sino el genio7 de Cartago». Como si fuera Dios en caso de tratarse de Marte o Mercurio.
Pero considera no lo que es en sí, sino en qué es tenido por ellos. Pues también yo sé, como lo sabes tú, que es una piedra. Si el genio es un adorno, vivan rectamente los ciudadanos de Cartago y serán ellos el genio de Cartago. Si, por el contrario, el genio es un demonio, en el mismo lugar escuchaste también esto: Lo que inmolan los gentiles, a los demonios lo inmolan, no a Dios. No quiero que os hagáis socios de los demonios. Sabemos que no es Dios. ¡Ojalá lo supieran ellos también! Pero no se debe herir la conciencia de quienes, siendo débiles, no lo saben. Es una exhortación del Apóstol. Que ellos lo tienen por algo divino y que aceptan aquella estatua como divina,
lo atestigua el altar. ¿Qué hace allí el ara si no es considerado como una divinidad? Que nadie me diga: «No es una
divinidad; no es Dios». Ya lo dije: ¡Ojalá lo supieran ellos como lo sabemos todos nosotros! Pero cómo lo consideran, por qué lo tienen, qué hacen allí, lo atestigua aquel altar. Convenció las mentes de todos sus adoradores; ¡que no convenza a quienes se sientan a su mesa!

11. No opriman los cristianos si oprimen los paganos. (La Iglesia) es el Cuerpo de Cristo. ¿No era eso lo que  decíamos, esto es, que el Cuerpo de Cristo era apretujado, pero no tocado? Toleraba a quienes le oprimían y buscaba a quienes le tocasen. ¡Ojalá, hermanos, opriman el Cuerpo de Cristo los paganos que acostumbran a hacerlo. Mas no los cristianos! Hermanos, es deber mío decíroslo; a mí me corresponde hablar a los cristianos. El mismo Apóstol dice: ¿Por qué voy yo a juzgar a los que están fuera? A ellos, como a hombres débiles, les hablamos de otra manera, Se les ha de acariciar para que escuchen la verdad; en vosotros se ha de sajar la parte podrida. Si buscáis un medio con que vencer a los paganos, con que traerlos a la luz, con que llamarlos a la salvación, abandonad sus bagatelas. Y si no asienten a vuestra verdad, avergüéncense de su poquedad 8.

12. Si tu superior es bueno, te nutre; si es malo, es para ti una tentación. Recibe con agrado su alimento; en la tentación discierne. Sé oro. Contempla este mundo como si fuera un horno. En un espacio reducido hay tres cosas: el oro, la paja, el fuego. Si a las dos primeras se aplica el fuego, la paja se quema, el oro se acrisola. Un tal cedió a las amenazas y asintió a ser llevado al templo pagano. ¡Ay de mí! Lloro por la paja, estoy viendo las cenizas. Otro no accedió ni ante las amenazas ni ante los suplicios; fue llevado ante el juez, se mantuvo firme en su fe, no se dobló ante un templo de ídolos: ¿qué le hizo la llama? ¿No acrisola al oro? Permaneced firmes en el Señor, hermanos; más poderoso es quien os llamó a vosotros. No temáis las amenazas de los malvados. Soportad a los
enemigos. Tenéis por quienes orar. Que en ningún modo os aterroricen. Esta es la salud; bebed de ella en este banquete. Bebed aquí la que os sacie, no allí la que os hace perder el juicio. Permaneced firmes en el Señor. Sois plata, sois oro. Esta comparación no es mía, sino de la Sagrada Escritura. Lo habéis leído, lo habéis escuchado:  Los probó como oro en el crisol y los aceptó como víctima de holocausto. He aquí lo que seréis en el tesoro de Dios. No sois vosotros quienes le haréis a él rico, sino que de él vais a haceros ricos. Lléneos él; no admitáis otras cosas en vuestro corazón.

13. ¿Acaso os incitamos a la soberbia u os decimos que despreciéis a las autoridades constituidas? No decimos tal cosa. Quienes también sufrís esta enfermedad, tocad también en este asunto aquella orla del vestido. El mismo Apóstol dice: Toda alma está sometida a las autoridades Superiores, pues no hay autoridad que no provenga de Dios. Cuantas hay, por él han sido constituidas. Quien resiste a la autoridad, resiste a la ordenación divina. Pero ¿cómo comportarse si ordena lo que no se debe hacer? En este caso, desprecia la autoridad, por temor a la autoridad. Considerad la jerarquía que existe en las cosas humanas. Si el procurador ordena algo, ¿no ha de hacerse? Pero si manda algo contrario a la orden del procónsul, al no hacerlo, no desprecias la autoridad del primero, sino que optas por servir al mayor. En tal caso, el menor no debe airarse si se ha preferido al mayor. Si a veces el mismo cónsul ordena una cosa y otra el emperador, ¿quién va a dudar en servir a éste, contraponiéndole a aquél? Por tanto, si una cosa manda el emperador y otra Dios, ¿qué pensáis que debe hacerse? «Paga los impuestos, obedéceme». «Es justo, pero no en el templo de los ídolos». En el templo está prohibido. ¿Quién lo prohibe? Una autoridad mayor. «Perdona, pero tú me amenazas con la cárcel; él, en cambio, con el fuego eterno». Es el momento de asumir tu fe y hacer de ella un escudo en que puedan apagarse todos los dardos encendidos del enemigo.

14. Un poderoso te tiende asechanzas y trama algo contra ti; afila la navaja para rasurar tus cabellos, no para cortarte la cabeza. Lo que acabo de decir lo habéis oído en el salmo: Como navaja afilada urdiste un engaño. ¿Por qué comparó con una navaja al engaño de un malvado poderoso? Porque no se aplica sino a lo que tenemos de superfluo. Como en nuestro cuerpo los cabellos parecen cosa superflua y se rasuran sin detrimento de la carne, de igual modo considera como cosa superflua lo que pueda hacerte el poderoso airado. Te quita tu pobreza, ¿acaso te quita tus riquezas? Tu pobreza y tus riquezas están en tu corazón. Pudo quitarte tus riquezas, pudo causarte daño; quizá llegó a tener licencia para lesionar el cuerpo. También esta vida, para los que piensan en la otra; también esta vida, digo, hay que considerarla entre las cosas superfluas. También la despreciaron los mártires. No perdieron la vida; al contrario, la conquistaron.

15. Estad seguros, hermanos; a los enemigos no se les permite actuar contra los fieles más allá de cuanto es útil para ser puestos a prueba. Estad seguros de ello, hermanos; nadie diga otra cosa. Descargad sobre el Señor todos vuestros cuidados; arrojaos a sus brazos con todo vuestro ser. No se retirará para que caigáis9. El que nos creó nos dio garantías aun sobre nuestros propios cabellos. En verdad os digo, afirma él: todos los cabellos de vuestra cabeza están contados. Si Dios cuenta nuestros cabellos, ¡cuánto más contará nuestras costumbres el que conoce nuestros cabellos! Ved que Dios no desprecia ni siquiera vuestras cosas más insignificantes. Si las despreciase no las crearía. En efecto, él creó estos nuestros cabellos que tiene contados. «Ciertamente existen, dirás, pero quizá perecerán ». Escucha también su palabra al respecto: En verdad os digo: ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá. ¿Porqué temes a un hombre, tú, hombre, que te hallas en el seno de Dios? Procura no salir de tal seno; cualquier cosa que sufras allí dentro te será de salvación, no de perdición. Soportaron los mártires el despedazamiento de su cuerpo, y ¿temen los cristianos las dificultades de los tiempos cristianos? Quien ahora te
hace una ofensa, la hace con temor. No te dice a las claras: «Ven al templo de los ídolos». No te dice abiertamente: «Ven a mis altares, banquetea allí». Y si, tras habértelo dicho, no quieres ir, laméntese de ello. Formule una acusación, presente una queja: «No quiso llegarse a mi altar, no quiso venir al templo que yo venero». Dígalo. No se atreve, pero trama alevosamente otras cosas. Prepara tus cabellos, porque él afila la navaja. Te va a quitar lo que tienes de superfluo, te va a rasurar todo lo que habrás de dejar. Si puede, que te quite lo que ha de permanecer. ¿Qué te llevó el poderoso que te dañó? ¿Qué te llevó de valor? Lo mismo que el ladronzuelo; lo mismo que el descerrajador; poniendo mucho, lo mismo que el salteador. Y aunque le fuera permitido dar muerte al mismo cuerpo, ¿qué te quita sino lo que el salteador? Al llamarle «salteador» le he honrado. En efecto, todo salteador es un hombre. Te quitó lo mismo que una fiebre, un escorpión, una seta venenosa. Todo el poder de quienes se ensañan contra ti consiste en eso: hacer lo que hace una seta. Come un hombre una seta venenosa y se muere. Mirad qué fragilidad la de la vida humana. Puesto que has de abandonarla alguna vez, no luches por ella con tanto
empeño que seas abandonado tú.

16. Nuestra vida es Cristo. Centra en él tu atención. Vino a sufrir, pero también a ser glorificado; a ser despreciado, pero también a ser exaltado; a morir, pero también a resucitar. Te espera la tarea, mira la recompensa. ¿Cómo quieres llegar con las manos finas allí adonde sólo se llega tras mucho trabajo? Temes perder tu plata porque la adquiriste con mucha fatiga. Si esa plata que alguna vez has de perder, al menos cuando mueras, no la conseguiste sin esfuerzo, ¿quieres alcanzar la vida eterna sin fatiga alguna? Encaríñate con ella, ya que, una vez alcanzada después de muchos sudores, nunca la perderás. Si tienes afecto a lo que adquiriste tras mucho esfuerzo, pero que alguna vez has de perder, ¿cuánto más han de desearse aquellas otras cosas de duración perpetua?

17. No creáis a las palabras de aquéllos ni les tengáis miedo. Nos llaman enemigos de sus ídolos. Concédanos Dios
y ponga en nuestro poder todo, como ha puesto esos ídolos que han sido hechos ya pedazos. A vuestra caridad decimos: «No hagáis tales cosas si no tenéis autorización para hacerlas». Es propio de fanáticos, de los furiosos circunceliones 10. Cuando no pueden ensañarse contra alguien se apresuran a buscar la muerte sin causa que la justifique. Quienes poco ha estuvisteis en Mapal u oísteis lo que os leímos. Cuando se os haya dado la tierra en dominio—dice primero en dominio, y de este modo dijo lo que había de hacerse— destruiréis sus altares, haréis
astillas sus bosques y quebrantaréis todas sus lápidas dedicatorias. Cuando hayáis recibido autorización, hacedlo. Mientras no se nos haya concedido, no lo hagamosI2. Cuando se nos haya dado, no dejaremos de hacerlo. Son muchos los paganos que tienen estas abominaciones en sus posesiones; ¿acaso hemos de acercarnos y hacerlas pedazos? Nuestra primera obra sea romper los ídolos de su corazón. Una vez que se hayan hecho cristianos ellos también, o nos invitarán a participar en tan buena obra o se anticiparán a nosotros. Ahora es el momento de orar por ellos, no de airarse contra ellos. Si nos mueve un gran dolor, ese dolor tiene por objeto a los cristianos, a nuestros hermanos que quieren entrar a la Iglesia teniendo allí el cuerpo, pero en otro lado el corazón. Todo debe estar dentro. Si está dentro lo que ve el hombre, ¿por qué está fuera lo que ve Dios?

18. Sabed, amadísimos, que las murmuraciones de los paganos se aunan con las de los herejes y con las de los judíos. Herejes, judíos y paganos se hicieron unidad para luchar contra la unidad. Si acontece que los judíos  reciben correctivos en algunos lugares por sus maldades, acusan, sospechan o fingen que tales cosas son atribuciones nuestras a su cargo, Si acontece que en otro lugar los herejes son castigados por la ley a causa de la
maldad y el furor de sus violencias, luego dicen que constantemente buscamos causarles incomodidades para lograr su exterminio. Más aún, piensan que nosotros andamos siempre y en todas partes a la caza de ídolos y que, una vez hallados, son destrozados sin que importe el dónde. Todo ello porque quiso Dios que se promulgasen leyes contra los paganos; mejor, a favor de ellos, si lo comprendiesen. Pasa con ellos lo mismo que con niños sin mucho juicio que están jugando con el barro y manchándose las manos. Cuando llega el pedagogo con aire severo, les quita el barro y les pone en ellas el códice. Del mismo modo quiso Dios atemorizar, por medio de los príncipes sometidos a él, los corazones insensatos e infantiles, para que arrojen de sus manos el barro y hagan algo útil. ¿Qué significa hacer algo útil con las manos? Reparte tu pan con el hambriento e introduce en tu casa al necesitado carente de techo. Con todo, los niños burlan la presencia del pedagogo, vuelven furtivamente al barro y, cuando son cogidos con las manos en la masa, las esconden para que él no las vea. ¿Por qué dicen que  rompemos por doquier sus ídolos? ¿No existen lugares, visibles a nuestros ojos, en que hay ídolos? ¿Ignoramos, acaso, dónde se hallan? Pero no los destrozamos, porque Dios no nos ha otorgado la potestad. ¿Cuándo la  torgará? Cuando sea cristiano el propietario de aquellos lugares. En nuestro caso concreto, así quiso que se hiciera su dueño. Si, pongamos por caso, el dueño no quisiera entregar tal lugar a la Iglesia y se limitase a ordenar que en su posesión no hubiera ídolos, pienso que entonces los cristianos, con exquisita delicadeza, deberían ayudar a esa alma cristiana ausente que quiere dar gracias a Dios en su tierra y no desea que en ella haya nada que ofenda a Dios. Pero en este caso hay algo más: él entregó a la Iglesia aquellos lugares. ¿Iba a haber ídolos en la misma posesión de la Iglesia? He aquí, hermanos, lo que desagrada a los paganos. Les parece poco que no quitamos los
ídolos de sus villas, que no los destrozamos y hasta quieren que los conservemos en las nuestras. Predicamos contra los ídolos; los eliminamos de los corazones. Somos perseguidores de los ídolos, lo confesamos. ¿Somos, acaso, sus conservadores? No lo hago—el destrozarlos-—donde no puedo. No lo hago donde se quejaría su propietario; donde, en cambio, quiere él que se haga y lo agradece, sería culpable si no lo hiciere.