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miércoles, 26 de noviembre de 2014

Teología de la Perfección Cristiana de Antonio Royo Marín




                                 
   La lucha contra el mundo

   Qué es el mundo.- Es difícil definirle por su misma complejidad. Es, en último análisis, el ambiente anticristiano que se respira entre las gentes que viven totalmente olvidadas de Dios y entregadas por completo a las cosas de la tierra. Este ambiente malsano se constituye y manifiesta en cuatro formas principales.

a) FALSAS MÁXIMAS, en directa oposición a las del Evangelio. El mundo exalta las riquezas, los placeres, la violencia, el fraude y el engaño puestos al servicio del propio egoísmo, la libertad omnímoda para entregarse a toda clase de excesos y pecados. “Somos jóvenes, hay que disfrutar de la vida”, “Dios es muy bueno y comprensivo; no por divertirnos un poco nos vamos a condenar”, “Hay que ganar dinero, sea como sea”, “Lo principal de todo es la salud y la vida larga”, “Comer bien, vestir bien, divertirse mucho: he ahí lo que hay que procurar”, etc., etcétera. Estas son las máximas consagradas por el mundo y a las que rinde culto y vasallaje. No concibe nada más noble y elevado y le cansan y aburren las máximas contrarias, que son cabalmente las del Evangelio. Y va tan lejos el mundo en la subversión de la realidad de las cosas, que un vulgar ladrón es “un hombre hábil en sus negocios”; un seductor, un “hombre alegre”; un impío y librepensador, un “hombre de criterio independiente”; una mujer con trajes indecentes y provocativos, una que “viste al día”; y así sucesivamente.

b) BURLAS Y PERSECUCIONES contra la vida de piedad, contra los vestidos decentes y honestos; contra los espectáculos morales, que califica de ridículos y aburridos; contra la delicadeza de conciencia en los negocios; contra las leyes santas del matrimonio, que juzga anticuadas e imposibles de practicar; contra la vida cristiana del hogar; contra la sumisión y obediencia de la juventud, a la que proclama omnímodamente libre para saltar por encima de todos los frenos y barreras, etc. etc.

c) PLACERES Y DIVERSIONES cada vez más abundantes, refinados e inmorales; teatros, cines, bailes, centros de perversión, playas y piscinas con inmoral promiscuidad de sexos; revistas, periódicos, novelas, escaparates, modas indecentes, conversaciones torpes, chistes procaces, frases de doble sentido, etc. etc. No se piensa ni se vive más que para el placer y la diversión, a la que se sacrifica muchas veces el descanso y el mismo jornal indispensable para las necesidades más apremiantes de la vida.


d)  ESCÁNDALOS Y MALOS EJEMPLOS casi continuos, hasta el punto de apenas poder salir a la calle, abrir un periódico, contemplar un escaparate, oír una conversación sin que aparezca en toda su crudeza una incitación al pecado en alguna de sus formas. Con razón decía San Juan que el mundo está como sumergido en el mal y bajo el poder de Satanás: “el mundo todo está bajo el maligno”, y el divino Maestro nos puso en guardia contra las seducciones del mundo: “¡Ay del mundo por los escándalos!” (Mt 18,7), anunciándonos el espantoso destino que aguarda a los escandalosos (Mt 18, 6-9).

Modo de combatirlo.- El remedio más eficaz contra el mundo sería huir materialmente de él. Pero como no todos los cristianos tienen vocación de cartujos o ermitaños y la inmensa mayoría han de vivir en medio del mundo, sin renunciar, no obstante, a la perfección cristiana, es preciso que adquieran el verdadero espíritu de Jesucristo, que es diametralmente opuesto al espíritu del  mundo.


   Para  ello procurarán con toda decisión y empeño:

a)  LA HUIDA DE LAS OCASIONES PELIGROSAS.-  En el mundo las hay abundantísimas. Sobre todo, el alma que aspira a santificarse ha de renunciar de buen grado a los espectáculos, en la mayor parte de los cuales inocula el mundo su veneno, siembra sus errores y excita las pasiones bajas. En ninguna otra parte como aquí tiene aplicación el oráculo del Espíritu Santo: “El que ama el peligro, perecerá en él” (Eccli 3,27). Es aleccionador, entre otros mil, el caso de Alipio –el santo y entrañable amigo de San Agustín-, que, arrastrado por sus amigos, asistió a un espectáculo peligroso con la intención de demostrarles que tenía sobrada fuerza de voluntad para permanecer todo el tiempo con los ojos cerrados para no contemplar el vergonzoso torneo, y acabó abriéndolos más que nadie y aplaudiendo y vociferando como ninguno.

Aparte de esta razón, existe todavía la necesidad de mortificarse plenamente para alcanzar la perfecta unión con Dios. Ni le parezca a nadie demasiada renuncia la de privarse para siempre de la mayor parte de los espectáculos y diversiones. En realidad, a nada renuncia quien deja todas las cosas por Dios, ya que todas las criaturas son como si no fueran delante de Él. Sólo a nuestra ceguera y obcecación debemos atribuir el que nos parezca demasiado caro comprar la santidad –que se traducirá en una felicidad eterna de magnitud inconmensurable –a cambio de unos cuantos céntimos; que eso, y menos  que eso, son todas las criaturas juntas, como dice San Juan de la Cruz.

b)   AVIVAR LA FE, que nos da la victoria contra el mundo: “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. Guiados por ella, hemos de oponer a las falsas apariencias del mundo la firme adhesión del espíritu a las cosas divinas invisibles; a sus máximas perversas, las palabras de Jesucristo; a sus halagos y seducciones, las promesas eternas; a sus placeres y diversiones, la paz de nuestra alma y la serenidad de una buena conciencia; a sus burlas y menosprecios, la entereza de los hijos de Dios; a sus escándalos y malos ejemplos, la conducta de los santos y la afirmación constante de una vida irreprochable ante Dios y ante los hombres.

c)  CONSIDERAR LA VANIDAD DEL MUNDO.- El mundo pasa velozmente: “porque pasa la forma de este mundo” (I Cor 7,3I),  y con él pasan sus placeres y concupiscencias: “el mundo pasa y también sus concupiscencias” (I Io 2,17). Nada hay estable bajo el cielo, todo se mueve y agita como el mar azotado por la tempestad.  El mundo –además- cambia continuamente sus juicios, sus afirmaciones, sus gustos y caprichos; reniega a veces de lo que antes había aplaudido con frenesí, yendo de un extremo a otro sin el menor escrúpulo o pudor, permaneciendo constante únicamente en la facilidad de la mentira y en la obstinación en el mal. Todo pasa y se desvanece como el humo. Únicamente “Dios no se muda”, como decía Santa Teresa. Y juntamente con Él permanecen para siempre su verdad: “et veritas Domini manet in aeternum” (Ps I I6,2); su palabra: “verbum autem Domini manet  in aeternum”. (I Petr I, 25): su justicia: “iustitia eius manet in saeculum saeculi” (Ps I IO, 3), y el que cumple su divina voluntad: “qui autem facit voluntatem Dei manet in aeternum”(I Io 2,17).


d)     PISOTEAR EL RESPETO HUMANO.- La atención al qué dirán es una de las actitudes más viles e indignas de un cristiano y una de las más injuriosas contra Dios. Para no “disgustar” a cuatro gusanillos indecentes que viven en pecado mortal, se conculca la ley de Dios y se siente rubor de mostrarse discípulo de  Jesucristo. El divino Maestro nos advierte claramente en el Evangelio que negará delante de su Padre celestial a todo aquel que le hubiere negado delante de los hombres (Mt 10, 33). Es preciso tomar una actitud franca y decidida ante Él: “el que no está conmigo, está contra mí”  (Mt 12, 30). Y San Pablo afirma de sí mismo que no sería discípulo de Jesucristo si buscase agradar a los hombres.  El cristiano que quiera santificarse ha de prescindir en absoluto de lo que el mundo pueda decir o pensar. Aunque le chille el  mundo entero y le llene de burlas y menosprecios, ha de seguir adelante con inquebrantable energía y decisión. Es mejor adoptar desde el primer momento una actitud del todo clara e inequívoca para que a nadie le quepa la menor duda sobre nuestros verdaderos propósitos e intenciones. El mundo nos odiará y perseguirá –nos lo advirtió el divino Maestro, pero, si encuentra en nosotros una actitud decidida e inquebrantable, acabará dejándonos en paz, dando por perdida la partida. Sólo contra los cobardes que vacilan vuelve una y otra vez a la carga para arrastrarlos nuevamente a sus filas. El mejor medio de vencer al mundo es no ceder un solo paso, afirmando con fuerza nuestra personalidad en una actitud decidida, clara e inquebrantable de renunciar para siempre a sus máximas y vanidades.