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sábado, 23 de agosto de 2014

PRESENCIA DE SATAN EN EL MUNDO MODERNO: Monseñor Cristiani



Presencia de Satán
en el
Mundo Moderno

Título original en francés:
PRÉSENCE DE SATAN DANS LE MONDE MODERNE

Nihil Obstat:
Parisiis, die Januarii 1960
A.      de Parvillez, s. j.

INTRODUCCIÓN

Palabra del Evangelio

Cuando decimos que una afirmación es o no es "palabra del
Evangelio", queremos aseverar que es o no es una verdad indiscutible.
Para los cristianos Cristo es la autoridad soberana, aquella ante la cual nos inclinamos, a la cual damos toda nuestra fe y toda nuestra confianza, todo nuestro amor. Hasta para los mismos incrédulos,
Jesús es una de las personalidades más eminentes de la historia.
Es la rectitud y la sinceridad. Es aquel que dijo: Que tu discurso sea: ¡esto es o esto no es! ¡Todo lo que esté fuera de esto de nada sirve! Preguntémonos, pues, lo que Jesús ha pensado y ha dicho de Satán.
El Evangelio, sobre este punto, como sobre todos los otros puntos que conciernen a la vida religiosa de los hombres, es normativo y definitivo. Si no lo es ya para los que han perdido la fe, no es menos cierto que no se puede comprender nada de la mentalidad religiosa de los siglos que nos han precedido en Francia sin recurrir al evangelio.

Quienes han tenido — o creído tener — contactos con el
Demonio, quienes han sufrido sus ataques como nuestro cura de Ars, quienes han sido tratados como "poseídos" y han sido objeto de exorcismos más o menos eficaces, habían extraído del Evangelio y de la tradición emanada del Evangelio sus interpretaciones de los estados experimentados por ellos.

Abramos pues el Evangelio. ¿Habla de Satán? ¿Contiene historias de poseídos, de expulsiones de demonios?" Jesús en persona ¿ha creído en el Diablo y qué ha dicho sobre ello?

PRESENCIA DE SATÁN

La tentación de Jesús

En primer lugar debe llamar nuestra atención la tentación de
Jesús en el desierto. Tres de nuestros Evangelios hablan de ello. Nos muestran a Jesús y a Satán solos y frente a frente. Pero prestemos atención a lo siguiente: nadie había sido testigo de este encuentro memorable. Nuestros tres evangelistas no podían saber nada de lo ocurrido más que por boca del mismo Jesús. Por consiguiente, El se tomó el trabajo de decir a sus discípulos lo que había pasado entre El y el Demonio. El quiso que se supiera que lo había visto, lo que se llama verlo, por decirlo así, "cara a cara"; que Satán le había hecho proposiciones, había tratado de someterlo a su yugo, ¡tratado de desviarlo de su camino! En una palabra, Jesús quiso ser tentado.
Lo fué. Reveló a los suyos en qué había consistido esa tentación:
Satán le había mostrado el mundo, diciéndole: "Te daré toda esta potencia y la gloria de esos reinos, puesto que a mí me ha sido entregada y a quien quiero la doy; si, pues, tú te postrares delante de mí, será tuya toda." (Lucas, IV, 5-7.)

No digamos que la tentación fué pequeña. Tenía las dimensiones del planeta. Satán había adivinado, pues, que tenía las dimensiones de Jesús. Y Jesús, por su parte, al llamar en dos oportunidades a Satán "príncipe de este mundo" (Juan, XIV, 30; XVI, 11), está de acuerdo con él para reconocerle una preponderancia en todos los reinos de la tierra. Hablando de los relatos de la tentación en el desierto, el padre Lagrange los compara a esos prólogos de las tragedias antiguas en los cuales todo el drama que iba a desarrollarse estaba anunciado y como prefigurado. La batalla entre Satán y Jesús en el desierto fué un prólogo de esta naturaleza. Decía todo con respecto a la misión de Cristo. Este sólo venía para derribar la dominación de Satán. San Juan iba a decir en su primera epístola: "Para esto se manifestó el Hijo de Dios, para destruir las obras del Diablo." (Juan, III, 8.) 

Todo el Evangelio, pues, tiene que estar lleno de acciones dirigidas por Cristo contra Satán y por Satán contra Cristo. Y está bien que así sea. No podemos leer nuestros Evangelios sin que esto nos llame la atención. No comprenderíamos nada de los Evangelios. Sin la certidumbre de la existencia de Satán y de su acción entre nosotros.
Sería demasiado largo enumerar aquí todos los párrafos donde se habla de los demonios en el Evangelio. Citemos, sin embargo, los principales.

Jesús comienza a predicar en Galilea, y San Marcos escribe que echa a los demonios (Marcos, I, 34). Antes del Sermón de la Montaña las multitudes se reúnen alrededor de Él, ¿por qué? San Lucas nos lo dice: "Los cuales habían venido a oírle y a ser curados de sus enfermedades; y los que eran vejados por espíritus inmundos eran curados." (Lucas, VI, 17-18.) Porque, dice San Mateo, "le presentaron todos los que se hallaban mal, aquejados de diferentes enfermedades y recios dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó". (Mateo, IV, 24.)

Cuando se habla de María Magdalena, se nos puntualiza que
Jesús había echado de dentro de ella "siete demonios" (Lucas, VIII,
2). Cuando Jesús envía a sus apóstoles a predicar en Galilea, les otorga poder sobre los demonios. Cuando regresan les dice con júbilo: "Contemplaba yo a Satán caer del cielo como un rayo... ( Lucas , X, 17-20.)

Cuando Jesús curó a la mujer "que tenía un espíritu de enfermedad hacía dieciocho años" y el jefe de la sinagoga se indignó porque era día sábado, Jesús responde: "Hipócritas, cualquiera de vosotros en sábado, ¿no desata a su buey o su asno del pesebre y lo lleva a  abrevar? Y a ésta, que es hija de Abrahán, a quien ató Satán !hace ya dieciocho años ¿no era razón desatarla de esta cadena en día de sábado?" (Lucas, XIII, 10-16.)

Y recordemos la expulsión del demonio llamado Legión, porque era numeroso dentro de los mismos poseídos. Legión pide que se los envíe a una piara de cerdos. Jesús consiente y todos los cerdos se arrojan al mar y se ahogan. (Los tres Evangelistas; ver sobre todo
Marcos, V, 1-20.)

Este episodio burlesco es asombrosamente evocador. Los demonios están allí perfectamente representados. Presentimos su naturaleza, su carácter.
Presentimos su "psicología", sobre la cual tendremos oportunidad de volver a hablar: ¿qué hacen en un ser humano cuando lo tienen en su poder? "Introducen en él — escribe monseñor Catherinet — y mantienen en él perturbaciones morbosas emparentadas con la locura; tienen una ciencia penetrante y saben quién es Jesús; sin vergüenza se prosternan ante El, le rezan, le hacen juramentos en nombre de Dios, temen ser de nuevo lanzados por El al Abismo y para evitarlo piden entrar en los cerdos y establecerse allí. No han terminado de instalarse cuando, con un poder no menos asombroso que su versatilidad, provocan la destrucción cruel y malvada de los seres en los cuales habían pedido refugiarse. Miedosos, obsequiosos, poderosos, malignos, versátiles y hasta grotescos, todos estos rasgos, fuertemente revelados aquí, vuelven a encontrarse en grados diversos.

En suma, es imposible, no sólo para un católico sino para un historiador serio, dejar de comprobar que Jesús no se limita a hablar como se acostumbra en sus tiempos, que no tiene la intención de conciliar con la ignorancia y los prejuicios de su medio, pero que cree en la existencia y en la acción de Satán, que nos pone en guardia contra Satán, que no cesa de luchar contra Satán, tanto que Satán está presente en todo el Evangelio, a tal punto que esto nos plantea un problema que debemos examinar con la mayor atención.

¿Por qué tantos poseídos?

Los relatos demonológicos son tan numerosos en el Evangelio, el Diablo ocupa en ellos tanto lugar, que debemos preguntarnos si en todo esto no habrá algo de exageración. Es bien sabido que en La vida corriente no encontramos a seres poseídos en la cantidad relativamente considerable con que aparecen al paso de Jesús. Los críticos modernos — por lo menos los que se complacen en llamarse
"críticos independientes" — no han dejado de proclamar que lo consideran inverosímil. Para ellos la mayor parte de estos "poseídos" eran simplemente maniáticos, medio locos, o dementes más o menos furiosos.

Aun cuando así fuese, aun cuando Jesús al tratar a esta categoría de enfermos se hubiera avenido a las ideas medícales de su siglo, no dejaría de ser menos notable que hubiera tenido éxito, en la mayoría de los casos, en liberar con una palabra de su invalidez a estos desgraciados y devolverlos a su estado normal. Pero esta forma de resolver el problema, debe tenerse por singularmente sumaria, si se considera lo que hemos dicho más arriba. Los textos evangélicos distinguen muy claramente entre los enfermos y los poseídos. Estos últimos manifiestan, mediante signos patentes, la presencia de una inteligencia extraña que habita en ellos. Esta inteligencia es hostil a Jesús, es lo que llamamos la inteligencia de un espíritu maligno.

Si a continuación de ese Prólogo, del cual hemos señalado la grandeza: la tentación de Jesús en el desierto, Satán no hubiera intervenido en el transcurso de la carrera de Cristo, o no hubiera interpretado más que un papel secundario, hubiésemos tenido, antes bien, la ocasión de habernos sorprendido. Pero no es el caso. Jesús ha demostrado abiertamente que es "el fuerte" que ha venido para reprimir el imperio de Satán sobre el mundo. A decir verdad, esta lucha se desarrollaba principalmente en el terreno de lo invisible, en los dominios de la gracia y del pecado. Y hasta el fin del mundo esto será así. Pero con el permiso de Dios, esta lucha inmensa y secular presenta también signos visibles y nos ofrece episodios espectaculares.

Estos episodios no son lo esencial. No lo olvidemos. Aun  cuando en este libro insistimos sobre ellos, no cabe en nuestro espíritu el extremar su importancia. Lo que está en juego son las almas, es la elección entre el cielo y el infierno, entre el odio y el amor, ¡entre la felicidad y la condenación! Entraba, pues, en los designios de la Providencia hacer conocer a los hombres algo del poder de Satán y de humillar a éste ante el poder del Redentor.

No estamos de ningún modo obligados a creer que el número de poseídos del cual se habla en el Evangelio corresponde a un término medio en el mundo de entonces o en el mundo actual. Es muy posible y hasta verosímil que estos casos se hayan producido con una frecuencia extraordinaria alrededor de Jesús. La unión personal de la divinidad con la naturaleza humana en Jesús, Hijo del Hombre e Hijo de Dios, todo junto, habría tenido como contragolpe, con el permiso divino, manifestaciones repetidas y múltiples de diablismo.
¡La posesión es, en cierto sentido, una réplica, una caricatura de la
Encarnación del Verbo! 

El paganismo y el mismo judaísmo empezaban a estar roídos por esa incredulidad con respecto a lo sobrenatural que es una de las señales del tiempo en que vivimos. ¡La venida de Jesús a la tierra y los numerosos casos de posesión que se produjeron alrededor de Él constituyen una revelación sobrecogedora del mundo sobrenatural en sus dos aspectos complementarios que son la Ciudad de Dios y la Ciudad de Satán
En este sentido fue que dijimos que para nosotros el Evangelio es normativo. Plantea principios, proporciona claridades, establece leyes, arroja sobre todos los siglos por venir, luces que no deben apagarse jamás. Todo lo que sabemos y creemos con respecto al
Demonio está arraigado en el Evangelio. La creencia en la existencia y en la malignidad del Demonio es un dogma para los cristianos.
Nuestro destino está emparentado con el de los Ángeles o los Demonios.

Veremos a Dios, como los ángeles, dice Jesús, o bien seremos malditos con Satán y todos sus demonios.
Todo esto tenía que ser dicho o recordado antes que llegáramos a los hechos contemporáneos.
Y para conducirnos del Evangelio a estos hechos contemporáneos será suficiente una rápida ojeada.


En conjunto tendremos que cuidarnos de dos peligros: el de exagerar el satanismo y el de reducirlo a la nada. En algunos siglos se ha visto al Diablo por todas partes y en otros no se quería verlo por ninguna parte. Doble exageración igualmente engañadora, igualmente falsa y por consiguiente igualmente salida de Satán, padre de la mentira.